Productor de Coronel Pringles enfrenta ola de faenas ilegales y critica la falta de protección
Capital del robo: productor indignado por faena de vaca en Coronel Pringles

En Coronel Pringles, provincia de Buenos Aires, Gustavo Vázquez, un productor rural, expresó su frustración tras la reciente muerte de una vaca de su hija a manos de delincuentes. Vázquez, visiblemente emocionado, relató que la vaca, que era acariciada por su hija cada día después de la escuela, fue sacrificada por los ladrones. Este incidente se suma a una serie de pérdidas que incluyen tres animales en menos de 24 horas: dos terneros fueron asesinados por perros el día anterior.
Vázquez señaló la ineficacia de la policía y la municipalidad en abordar el problema. “Ni la policía, ni la seguridad, ni la Municipalidad se hacen cargo de nada”, afirmó. Desde el inicio de su tambo hace 14 años, ha perdido más de 50 animales debido a carneadas y daños. A pesar de una mejora temporal en la seguridad, la situación ha empeorado nuevamente con al menos tres casos recientes de abigeato en la región.
La proximidad entre Coronel Pringles y Coronel Suárez con áreas urbanas facilita el acceso de los delincuentes a los campos, aumentando la vulnerabilidad de la zona. Vázquez recordó que, en junio, le mataron dos vacas Holando y en el pasado perdió varios terneros y vacas en situaciones similares.
Para enfrentar la inseguridad, Vázquez y su hijo han comenzado a realizar recorridas nocturnas y un vecino instaló una garita de seguridad con un cuidador. Sin embargo, el costo de un sereno es una carga económica adicional que Vázquez no puede afrontar. Criticó tanto la falta de acción de la justicia como la inacción policial, y expresó su frustración por las vueltas burocráticas que ha enfrentado al intentar obtener ayuda.
Vázquez concluyó con una fuerte crítica: “Es una vergüenza lo que está pasando. Coronel Pringles se ha convertido en la capital del robo. Necesitamos volver a ser un país creíble donde se pueda trabajar sin problemas y se respeten los derechos”.
Fuente: La Nación