El sopor de los libros edificantes
La escuela es una puerta de entrada, privilegiada y generalizada, a la literatura, con toda la fiereza y perturbación que eso implica. Un puente estimulante que algunos inocentes creen que pueden limitar.
Pocas cosas son más soporíferas que un mensaje supuestamente edificante. Si se es adolescente, entonces, nada es más soporífero que la moraleja simplona y mentirosa que asegura que la línea que separa el bien del mal está trazada con fibrón grueso. En los últimos días, una colección de libros que llega a las bibliotecas de las escuelas bonaerenses fue objeto de un ataque generalizado y moralista.
Se dice que las novelas Cometierra, de Dolores Reyes; Las aventuras de la China Iron, de Gabriela Cabezón Cámara; Piedra, papel o tijera, de Inés Garland; y Las primas, de Aurora Venturini, tienen el poder de corromper a los y las adolescentes. Lo dicen personas que se escandalizan mucho por un libro y poco por crímenes de lesa humanidad.
Pasivos y mecánicos
La idea supone, en principio, que esos estudiantes no son capaces de distinguir qué los conmueve o los daña y que funcionan como receptores pasivos y mecánicos: ante una escena violenta, devendrán en asesinos seriales; ante la narración de un encuentro amoroso, se transformarán en violadores.
Si las cosas funcionaran así, la Argentina estaría habitada por millones de agresores sexuales desde hace décadas porque los planes de estudio aún presentan como fundacional de la literatura nacional al cuento El matadero
, de Esteban Echeverría, que cerca del desenlace describe un ataque en patota a la orden: Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada denle verga, bien atado sobre la mesa
.
La verdad es que entran y salen de las historias como entran y salen de los jueguitos donde matan o torturan. Yo lo que aprendí dando clases es que son ellos mismos los que ponen límites. Y así tiene que ser la literatura, si no toca ¿para qué sirve?
La experiencia de los chicos
Los chicos eligen luego de buscar y de encontrar(se). El año pasado, Dolores Reyes visitó el stand de Clarín y Ñ en la Feria del Libro. Tardó en llegar porque a cada paso la interceptaban chicas que querían abrazarla. Luego de la entrevista, otras la rodearon. Ninguna había podido permitirse comprar Cometierra, pero todas habían leído la novela. Querían una foto con ella. Querían decirle cosas. Querían que supiera de ellas. Los chicos no necesitan hipocresía sino más y más libros.