Política
13 de Diciembre de 2024

Alguien puede pensar en los ricos, por favor

¿Por qué figuras como Eduardo Elsztain, Marcos Galperín, Eduardo Eurnekian, Alfredo Coto y Paolo Rocca no son vistas como parte de “la casta”? ¿Cómo lograron multiplicar sus fortunas mientras millones de argentinos enfrentan pobreza y crisis sin ser señalados como responsables? ¿Qué hace que un ministro de Economía millonario en Wall Street sea admirado por jóvenes que ahora aspiran a ser traders y no a ir a la universidad?

Alguien puede pensar en los ricos, por favor

Imagine el lector si alguien le hubiera dicho “héroe” a Carlos Pedro Blaquier en los 80, cuando todavía estaban frescos el apagón de Ledesma y las desapariciones de obreros en camionetas de su compañía azucarera. O si a fines de los 90 hubiesen definido como una “benefactora social” a Amalia Lacroze de Fortabat, que administró el cártel del cemento gracias al cual Loma Negra y supuestas competidoras como Juan Minetti embolsaron ganancias extraordinarias durante casi dos décadas a costa de todo aquel que haya levantado una pared. Deténgase en la audacia que habría requerido “aplaudir” a los Macri en plena causa por contrabando de las autopartes de Sevel, a los Soldati en medio de la quiebra fraudulenta del Tren de la Costa o a los banqueros Eduardo Escasany o Manuel Sacerdote tras la expropiación de ahorros de 2001.  

Con un año de ultraderecha encima ya conocemos perfectamente el sustrato donde germinó. Fue una combinación del estancamiento económico de la última década, la aceleración de las crisis de deuda y moneda, las promesas incumplidas durante mucho más tiempo por la democracia y una profunda decepción del electorado con el kirchnerismo y el macrismo, las dos narrativas políticas que orientaron esa democracia maltrecha desde la bancarrota del viejo bipartidismo del siglo XX.        

¿Por qué los opulentos Eduardo Elsztain, Marcos Galperín, Eduardo Eurnekian, Alfredo Coto o Paolo Rocca no son asociados a “la casta”, esa noción con la que Milei interpeló tan certeramente a un pueblo asqueado por la hipocresía del extremo centro? ¿Cómo consiguieron haber duplicado o incluso triplicado sus fortunas sin que los jubilados, los estudiantes, los científicos, los obreros despedidos o los cinco millones de nuevos pobres no los identifiquen al menos como parcialmente responsables de sus penurias? ¿Por qué casi nadie vincula el déficit fiscal crónico del Estado argentino con la trama offshore que tejieron en las últimas tres décadas para eludir y evadir? ¿Qué milagro o qué conjuro operó para que, por el contrario, un ministro de Economía que se hizo multimillonario en Wall Street y mantiene su patrimonio en el exterior, a salvo de sus propias decisiones, sea ovacionado y retuiteado por pibes jóvenes que ya no sueñan con la universidad sino con convertirse en traders?

Nada sobrenatural. Hubo planificación, pensamiento y acción. El elogio de los potentados no es un capricho, una excentricidad ni un sobregiro de Javier Milei. Es una pieza clave de la maquinaria política que se puso en marcha un año atrás. Para que pasara el mayor ajuste de la historia de la humanidad hacía falta un relato igual de grande. La más cuantiosa transferencia regresiva de ingresos y riqueza que se haya producido en la historia argentina sin mediar un golpe de Estado ni una guerra necesitaba una explicación robusta, temprana, efectiva, viralizable y, sobre todo, sencilla. El gobierno de los magnates precisaba una ideología. Y la encontró. 

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La tesis hayekiana del emprendedor héroe, La Libertad Avanza la complementó con el mandato rothbardiano de construir el propio populismo. El “nosotros contra ellos” volvió al ruedo, pero hubo que darle una vuelta y aprovechar el desconcierto postpandémico y las redes sociales para que Galperín siga pareciendo un benefactor aunque los pequeños comerciantes a punto de fundir por la recesión hayan empezado a escapar de sus comisiones abusivas del 11,99% más IVA.

El populismo magnate criollo, precursor del primo yanqui que empuja Elon Musk, no solo consiguió identificar intereses empresariales como objetivos de toda la población. Encima lo logró gratis. Los robber barons estadounidenses, después de quedarse con todo, buscaron reconciliarse con la sociedad sobornándola con obras de caridad y maravillas como el Carnegie Hall. Acá se ve que no hay plata.

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