La necesidad de mantener la atención en un mundo lleno de distracciones ha impulsado a los políticos a centrarse en provocar emociones inmediatas. Los discursos se han vuelto más cortos, simples y emocionalmente cargados, buscando una respuesta inmediata en lugar de fomentar un debate profundo sobre los problemas sociales. La rabia, el enojo y la indignación se han convertido en herramientas clave para mantener al público enganchado a expensas de la discusión racional.
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